Hoy se celebra el día mundial contra la violencia de género. Como veterinarios sabemos la relación entre la violencia de género y la violencia hacia los animales. Pero la relación no parece tan obvia para todos.
Cuando se intenta hablar con alguien sobre el vínculo entre el maltrato animal y la violencia familiar o de género, la gente suele extrañarse. Nuestros prejuicios antropocéntricos nos impiden ver la relación entre la violencia contra los animales y las personas.
Aun no existen estadísticas oficiales en España que relacione el maltrato animal con la violencia de género, pero en Reino Unido un estudio reveló que en un 66% de los casos de violencia doméstica hacia la mujer han sido acompañados por el maltrato físico de su animal de compañía por parte del cónyuge.
Sin embargo, dos de los tres primeros encarcelados en España por maltrato animal habían sido artífices de agresiones en el ámbito de la violencia doméstica. El maltrato a los animales de compañía es utilizado como un medio muy poderoso de presión, opresión y castigo a la pareja, provocando daños psicológicos inmensos a la víctima.
Cuando hablamos del vínculo entre violencia de género y maltrato animal estamos hablando de tres situaciones bien distintas. En primer lugar, hacemos referencia al maltrato animal instrumental, que se produce para causar daño y sufrimiento psicológico a la pareja. En estas situaciones, los animales son utilizados como chivos expiatorios, mecanismos para maltratar a la pareja o los hijos, para someterlos, amenazarlos, para evitar que se vayan y/o para asegurar su silencio respecto a su situación de víctimas. Se consigue así, de una forma muy efectiva, que sigan siendo víctimas en silencio, mientras dura la relación y una vez que ha terminado.
Para entender el sentido que tiene este tipo de violencia, tanto para los maltratadores como para las mujeres que se ven sometidas a través del maltrato potencial o real de sus animales, es preciso comprender el sólido vínculo existente entre las personas y los animales. Algo que nos permite entender que es éste, precisamente, el que hace a los animales más vulnerables al maltrato en el seno familiar. Además, hay que ser conscientes de la situación de extrema fragilidad de los animales en el interior de las familias, desde un punto de vista físico (dado su tamaño relativamente pequeño en muchos casos), desde la perspectiva legal que considera que su maltrato implica un menor castigo y menor cantidad de recursos invertidos, por su incapacidad para protestar o quejarse directamente, o por la inexistencia de protocolos que permitan probar el maltrato y detectar estas situaciones, salvo cuando son ya muy graves.
En todo caso, lo que es cierto es que las investigaciones realizadas hasta el momento muestran que el efecto del maltrato animal sobre las mujeres y sus familias es devastador. Quizás el más rotundo es el que lleva a las mujeres a retrasar la decisión de abandonar la relación abusiva por no saber qué hacer o dónde dejar a sus animales. Además, es una preocupación que perdura aunque se haya abandonado la relación de maltrato y cuando el animal ha tenido que permanecer en casa del maltratador. Algo que, en ocasiones, les lleva a romper con las órdenes de alejamiento para entrar en casa del maltratador y comprobar el estado de sus mascotas, poniendo en peligro su propia integridad.
En segundo lugar, la investigación ha mostrado que el maltrato animal puede ser un indicador fiable y temprano de otras situaciones de violencia interpersonal, o bien de que éstas están escalando y se están haciendo más letales. De hecho, se afirma que el maltrato contra los animales es un indicador más fiable de violencia contra las personas que al revés, porque siguen existiendo casos en que se maltrata a las personas sin que haya maltrato al animal. En estos casos, se suele decir que la violencia contra los animales socializa en el uso de la violencia, elimina el pudor de ejercer violencia contra seres más vulnerables.
Esta constatación tiene implicaciones prácticas importantes, ya que, si eso es así, en ocasiones el maltrato del animal podría ser razón suficiente para que una mujer abandone una relación que se considera violenta y que ella misma entiende que puede suponer un peligro para ella o sus hijos. También será esencial que los servicios de asistencia y apoyo a víctimas (a los que habría que añadir, en su caso, los servicios veterinarios) informen a las mujeres sobre la potencial peligrosidad que tiene para ellas el permanecer con un hombre que maltrata a sus animales.
En tercer lugar, quizás el fenómeno más analizado es el de la repercusión de la violencia contra los animales (dentro o fuera de la familia) en el desarrollo cognitivo y emocional de los menores que asisten como testigos o partícipes (forzados o no) en actos de maltrato contra sus mascotas. En este sentido, se han destacado tres situaciones. Una, que relaciona el ser testigos de situaciones de violencia como un indicador de riesgo de que esos menores puedan reproducir esa violencia contra los animales o contra las personas. Otra, que considera que el maltrato de animales por parte del menor puede servir como una alerta de que él mismo esté viviendo situaciones de violencia en el entorno familiar. Asimismo, los actos de violencia contra los animales, sobre todo durante la adolescencia, pueden ser un indicativo de futuras psicopatologías que si no se identifican y tratan adecuadamente pueden incrementar su severidad.
El hecho de que el maltrato animal esté tan poco penado y menos perseguido, resulta ser un acicate para que los maltratadores usen a los animales de compañía como forma de herir a sus parejas y es una clara evidencia de que es más que posible que la mujer, hijos, ancianos o cualesquiera personas que convivan con el maltratador, sean las próximas en recibir las palizas del agresor.
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Extracto de:
Delia Saleno: Violencia de género y maltrato animal, una conexión habitual. 10.11.2015. Diario de Mallorca
María José Bernuz Beneitez 04-03-2016 El maltrato animal como violencia doméstica y de género. Un análisis sobre las víctimas, Revista de Victimología 2, pp. 97-123
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